En un ensayo titulado Verdad y Política, Hannah Arendt advierte que en política lo que reina es el mundo de las opiniones, y no de la verdad, puesto que esta última, al ser única, es despótica e incontrovertible. De aquí se sigue la imposibilidad de instalar una “verdad oficial” que deba ser seguida sin matizar, so pena de ser revisionista o negacionista. No solo es ineficaz, sino que absolutamente contrario a la propia libertad de conciencia humana.
Por cierto, de lo anterior no puede concluirse que puedan negarse las verdades factuales o de los hechos. Es decir, frente a un mismo hecho se pueden tener diversas miradas, interpretaciones, reflexiones y críticas, pero otra cosa es intentar decir que aquello no sucedió.
En los últimos días hemos sido testigos de tristes espectáculos entre la idea de establecer una historia única e inoponible sobre el Golpe de Estado, que incluye la anulación de cualquier contexto que permita explicar y entender -y ni siquiera justificar- el desarrollo de los hechos que llevan a la violencia política y un golpe de Estado. Al mismo tiempo, se ha intentado elevar a categoría de “mito urbano” hechos objetivos e indesmentibles, como son los vejámenes sexuales, torturas y graves violaciones a los derechos humanos.
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